miércoles, 12 de agosto de 2009
viernes, 15 de mayo de 2009
La influencia de la Influenza
“A lo que más le temo, es al miedo”
Michel de Montaigne
Ya había existido la influenza española, luego el SIDA y el ébola en el continente africano, después las vacas locas en el mundo anglo-sajón, luego la gripe aviar en el mundo asiático, también ha habido las influencias de los efectos vodka, tequila, tango y dragón. También tuvimos al chupacabras, los tsunamis, el niño. Pareciera que hubiera modas catastróficas.
Ahora nos tocaba (y lo que nos faltaba, como están las cosas en el mundo) esto de la Influenza porcina: que si era, que si no lo era, que ya no es porcina, que ya es humana. Que si es ataque de bioterrorismo externo, que si es descuido de las autoridades sanitarias locales correspondientes.
Que si es un invento de los medios, que si esto es político, que alguien necesariamente sacará raja de todo esto. Que si los banqueros, que si los malvados gringos o los chinos. Que si hay más muertos, que si hay menos muertos. Que no nos los han presentado, que los esconden. Que ya es pandemia, que la OMS no puede estar equivocada, y con ella los gobiernos de los países y sus jilgueros, los medios de comunicación masiva. La historia del uso y abuso de este tipo de sucesos, nos ha mostrado la manera en que la clase política y financiera sacan tan buena tajada de estos pasteles: llámense epidemias, guerras, crisis monetarias, catástrofes naturales, hambrunas, incluso los imaginarios extraterrestres.
Que si debe traer el tapabocas, que de cuál; que si no importa ahogarse aunque sea con sus propios miasmas, pero no de gripa. Que no debe hacerse bolas la población, que cuántos por metro cuadrado deben convivir como máximo; que no los bese, ni los abrace y a qué distancia debe usted platicar con alguien. Que si las parejas podían dedicarse a la sana actividad del intento de reproducción de la especie humana y no morir en el intento por el contagio. Que si debe comer carne de cerdo, que si no importa, siempre y cuando no haya tenido contacto corporal muy cercano con el animal (un cerdo), o sea, abrazarlo, besarlo o vaya usted a saber que otra malintencionada acción. Que si sigue latente, que si ya hay remedio, vacuna o pócima que la prevenga o cure. Y un largo et-cétera
Mientras estos estira y afloja, dimes y diretes se sucedían; la población estaba que se moría, pero de miedo. Lo más más interesante y curioso para la observación sociológica, es la manera, tan sencilla que se puede inculcar, inducir el miedo, y además la manera, aún más sencilla y tan simple en que las personas caemos en él, por demás, nos entregamos al miedo. Por supuesto que aquí tienen sus papeles protagónicos, la incertidumbre, la superstición, y por qué no decirlo, la ignorancia. Es como en la religión: para los feligreses es más fácil y cómodo escuchar a los ministros, curas y pastores, que sacar sus propias conclusiones y sus juicios a partir de la lectura directa de la sagrada escritura. Lo mismo en este caso, quién rayos se va a poner a enterarse seriamente sobre epidemiología, o de historia de las epidemias, o sobre cómo los sistemas financieros se benefician con esto. Es más fácil y cómodo escuchar los medios autorizados, que ya han seleccionado, filtrado y acomodado (y ocultado también) la información a conveniencia de la situación. Y claro, entregarse redondamente (diría mi abuelo materno) al miedo, al temor, a la zozobra, con algo que evidentemente pone en peligro una supuesta “estabilidad” de nuestras vidas.
Nos entregamos al llamado miedo político, el temor de la gente a que su bienestar colectivo resulte perjudicado; a la intimidación de hombres y mujeres por los gobiernos o algunos grupos de poder, con repercusiones amplias: dicta políticas públicas, lleva nuevos grupos al poder y deja fuera a otros, crea leyes y las deroga. Considerando el miedo político como la base de nuestra vida pública, nos rehusamos a ver las injusticias y las controversias profundas. Nos cegamos ante los conflictos del mundo real que hacen del miedo un instrumento de dominio político, nos negamos las herramientas que mitigarían dichos conflictos y, en última instancia, aseguran que sigamos sometidos por el miedo, y por añadidura, justificamos y alentamos las mismas medidas que provocan nuestro miedo. (Vid Corey Robin. El miedo. Historia de una idea política, México, FCE, 2009). Ya lo mencionaba el estoico Epicteto (50-138 d. C) en su Manual: “Lo que turba a los hombres no son las cosas, sino las opiniones que de ellas se hacen”.
Ahora si bien portaditos y a hacer aquello que nos enseñaron desde el jardín de niños y que debimos hacer siempre como el muñeco Pimpón: lavar nuestra carita y manitas con agua y con jabón.
Norberto Zúñiga Mendoza
viernes, 27 de marzo de 2009
Hordas del Caos: Todos contra Todos
jueves, 26 de febrero de 2009
Sobre el uso maniqueo del término cambio ¿Ya nadie lo para?
martes, 3 de febrero de 2009
LO QUE NOS QUEDA
Lo anterior está relacionado con la condición de crisis permanente en que hemos vivido, por lo menos, los últimos 25 años en la economía internacional y por supuesto, con sus repercusiones a la mexicana: Constantes devaluaciones monetarias, alzas de precios, rescates financieros, caídas del empleo, pérdidas del poder adquisitivo, rescates a proyectos fallidos estatales y particulares, pactos de solidaridad, alianzas y reformas de cualquier índole, entre otros.
Tal condición nos ha sumido socialmente y –psicológicamente– en un persistente escenario de incertidumbre en todos los ámbitos de nuestras vidas. El no tener seguridad plena sobre lo que ocurrirá mañana y como podrá ser enfrentado y cómo subsistirlo provoca un especial interés sobre el obtener el mayor provecho potencial de cualquier situación en el presente; el tener, el poseer ahora la mayor cantidad de bienes materiales posibles sin importar el cómo, el medio o por la vía más fácil, pronta, instantánea, mediante el engaño, el timo, la mentira, se ha vuelto un lugar y caso comunes en nuestras sociedades contemporáneas.
Esto se da no sólo a través de lo que jurídicamente entendemos como enriquecimiento ilícito: el robo, el asalto, el fraude, la estafa, etcétera. También ocurre, desde mi perspectiva, por vías supuestamente legales. Por ejemplo, cuando se acude a algún profesional, sea médico, arquitecto, dentista, abogado, contador (espero no herir susceptibilidades); donde no somos vistos por éstos como pacientes o consultantes, que acudimos a ellos debido a la honorabilidad de su conocimiento —por eso les retribuimos con honorarios, ya que desde la Edad Media, al igual que el sacerdocio, son actividades consideradas honorables. Se profesa honradez, virtud, honestidad, al igual que la fe, sobre Dios y lo humano, y de ahí lo de profesión y lo de profesional— y por ello, debemos resueltamente creer en ellos. Por desgracia esta creencia es constantemente defraudada. Y aquí asumo la responsabilidad que nos toque al gremio de historiadores por seguir promoviendo mentiras disfrazadas de verdades. La puntitis académica es como aquella ave rebelde imposible de domesticar de la ópera Carmen. Es posible que por amor, se sea capaz de cualquier cosa.
Pero, por desgracia, también ocurre lo mismo con el mecánico, el zapatero, el plomero, el del gas, el carpintero, con ciertos servidores públicos, por mencionar algunos, con el debido respeto que merecen y salvo honrosas excepciones, que supongo deben existir. De pronto da la impresión de que nos han vuelto una sociedad de miserables, en donde nadie puede realizar un acto mínimo sin recibir necesariamente algo a cambio: “para el chesco” o “cualquier moneda que no afecte su bolsillo”. Quién de nosotros acude con plena confianza a alguno de ellos, sea profesional, oficiante o burócrata.
Ante esto, lo que nos queda, es que al menos los profesionales de la educación seamos más conscientes del acto ético que implica nuestra actividad: la búsqueda de la verdad y la promoción de los valores universales que mejoren, perfeccionen y estimulen el entendimiento y el espíritu humanos y no intentemos burlar, engañar y defraudar a la sociedad con la honorabilidad que implica el conocimiento.
sábado, 17 de enero de 2009
“ESOS DE ROJO…”
En las jornadas de actualización de los equipos técnicos llevadas a cabo al final del año pasado a cargo de la DGEST, en la mesa de trabajo de mi equipo, una de las maestras participantes sostenía el número de noviembre de esta Voz de la Unidad. Le pregunté que si ya lo había leído, a lo que respondió que no. Otra de las asistentes a su lado, le recomendó realizar la lectura. Pero, antes de comenzar a revisar el ejemplar, sin más se dirigió a mí con una única frase, pronunciada en voz baja y en tono algo misterioso: “Esto es rojo”. No obstante la vacilación y por la insistencia de su vecina, la leyó someramente y al parecer su reacción no fue totalmente de desagrado. Hasta aquí la anécdota.
Con la frase: “esto es rojo”, no sé que quiso decir exactamente la maestra, y sobre todo por la forma tan reservada en que lo hizo, pero, quiero suponer que se refería a algo así como “revoltoso”, “rijoso”, “inconforme”, “contencioso” “izquierdoso”, incluso “comunistoide” y bueno, todos los “osos”, “ismos” y “oides” que tengan que ver con el sentido en específico de la frase. Pero sólo lo supongo. Y tampoco inquirí acerca de lo que ella misma suponía. Y aquí, asumo todo el error de método de mi parte.
El cómo percibimos la realidad, la interpretamos, la identificamos mediante y a través de los colores y el cómo éstos activan nuestros conocimientos, nuestro vocabulario, nuestra imaginación e incluso nuestros sentimientos, ha ido evolucionando con el tiempo. También a los colores corresponde una historia. El rojo se impuso desde la antigüedad grecorromana ya que remitía a dos elementos omnipresentes en toda su historia: el fuego y la sangre, color al que se confiaban todos los atributos del poder, los de la religión y la guerra. Para los cristianos el rojo fuego es la vida, el Espíritu Santo del Pentecostés, las lenguas de fuego regeneradoras que descienden sobre los Apóstoles; pero es también la muerte, el infierno, las llamas de Satanás que consumen y aniquilan. El rojo sangre es la sangre que Cristo derramó y que purifica y santifica; pero también es la carne mancillada, los crímenes, el pecado y las impurezas de los tabúes bíblicos. El color rojo, como todo el mundo de lo simbólico, posee esas ambivalencias. El rojo está asociado tanto a la transgresión y lo prohibido como al placer y al amor. Después del siglo XIII el rojo estará asociado fuertemente tanto a los poderes del bien como a los del mal, papas y cardenales cambiarán el rojo por el blanco, y en los cuadros, de ese color aparece también representado el maligno, el diablo.
Por supuesto, no podía faltar la niña vestida de rojo, Caperucita Roja, cuya versión más antigua se remonta al año mil y cuya interpretación del cuento es hasta la fecha muy polémica: desde la más práctica como el vestir así a los niños para no perderlos de vista en el bosque, hasta la versión psicoanalítica sobre el encuentro de la niña inexperta con un hombre abusivo en pos de su tierna inocencia (el astuto y malvado lobo). De hecho, hasta entrado el siglo XIX, el color del vestido de las novias era el rojo, como denotación de una mezcla estética entre elegancia e inocencia. En las lenguas eslavas, la palabra rojo, hace alusión a la belleza. La Plaza Roja de Moscú, es roja no por su color, sino por su perfección. Correctamente traducido, es la Plaza Hermosa de Moscú.
En Voz de la Unidad y este autor nos sentiríamos satisfechos, si lo que aquí se publica sirviera para alentar abiertamente el espíritu analítico, crítico y reflexivo y los valores que promueve nuestro Sistema Educativo Nacional sin temor, misterio y peligro algunos, independientemente de nuestra percepción de los colores. Recomiendo la lectura, para este tema de los colores, del historiador francés Michel Pastoureau, en quien me he basado para la realización de este escrito.